En la calle Zapiola, frente a la estación del Mitre de Belgrano R,
se hallaba The Gluepot (El tarro de cola), un bar y café muy particular de la
ciudad de Buenos Aires. Éste ocupaba una clásica casa chorizo (actualmente
ocupa el predio un edificio de departamentos de escasas virtudes estéticas)
con un salón al frente donde funcionaba
el bar, y una serie de habitaciones en línea que daban al alero de un patio
interior. La fachada tenía dos amplios ventanales, cuyas cortinas metálicas
estaban casi siempre bajas, la puerta de acceso al salón y, sobre la margen
izquierda del edificio, otra puerta de dimensiones más reducidas que abría a un
pequeño pasillo que conectaba con el patio. Ésta no estaba en uso pues el
pasillo hacia las veces de depósito de cajones de envases y trastos viejos.
El acceso local, una puerta de metal de dos hojas, cuyos cristales
tenían unas viejas cortinas de voile algo deshilachadas, siempre permanecía entornada. En el caso de que un
extraño ingresara en el local, el propietario don Antonio Nocetti,
invariablemente repetía la misma frase: “Esto es un club privado”.
Invitando al extraño a retirarse, pues no le era permitido atenderlo.
En el salón principal habría
unas veinte mesas chicas y una gran mesa redonda rodeada por una docena de
sillas. El piso era de mosaico en damero, blanco y negro, y un amplio mostrador
de madera cruzaba todo el salón a lo
ancho. En la pared detrás del mostrador había amplios aparadores de madera que
se elevaban casi hasta el cielo raso.
Estos estaban repletos de botellas de licor y whisky de otras épocas, casi
piezas de colección, entre ellas, se destacaba las botellas de whisky Ferrocarril del Sud, envasado exclusivamente
en Escocia para consumo en los coches comedor de los trenes de esa empresa; y
una de Spey-Royal, un escocés con 10
años de añejamiento garantizado, envasado por las destilerías Gilbey’s en
Inglaterra e importado y distribuido en el país por Francesco Cinzano
y Cía.
La caja registradora ubicada del lado derecho del mostrador, recibía
la luz amarillenta de una lámpara con una polvorienta pantalla, su base era un
viejo porrón de whisky Ye Monks. Del
lado izquierdo de la caja registradora, entre los aparadores asomaba una
puerta, esta permitía la entrada a la parte posterior del establecimiento, para
llegar a ella había que atravesar el mostrador cuya cubierta tenía un sector
rebatible. Si alguno de los parroquianos deseaba pasar al fondo, el patrón don Antonio, diligentemente la levantada, como si esta fuera un puente
levadizo, franqueando el paso a un universo
de suma exclusividad.
En los tres salones traseros, había mesas de paño verde donde los
habitúes jugaban a las cartas, al ajedrez, las damas, leían el diario o
conversaban tranquilamente mientras bebían una copa. Las paredes estaban
decoradas con banderines de clubes
fundados por la comunidad angloparlante
y en una repisa había algunas
copas de torneos de golf organizados por miembros de la clientela. También se destacaban varias fotografías de un caballo de carrera que
varios clientes del establecimiento habían comprado en sociedad y como
hobby, al que llamaban el caballo del
Gluepot.
En la habitación intermedia había una mesa de billar y en la última
más mesas y sillas, todas tenían una puerta que accedía al patio que contaba
con un alero. Al fondo del patio estaban el baño, la parrilla y la cocina.
Periódicamente en el Gluepot se organizaban asados y se preparaban
exquisitos pucheros. El asador y cocinero era Tito quien trabajaba en el puesto de flores y colaboraba con el
puesto de diarios casi frente a la entrada del vivero Khöl y Ullman
(actualmente una plaza pública) ubicados en la esquina de Zapiola y Echeverría.
¿Cuando tome mi primer copa en el Glue Pot? Supongo que alguna noche en los primeros años de la década del 50. Lo que
sí recuerdo claramente es que fue un sábado. Ese día fui a ver jugar a Belgrano de local en Virrey del Pino, después del partido,
festejamos ruidosamente la derrota en el bar del club. Cuando todos empezaron a
retirarse, Dermot ‘Dermey’ Cavanagh me dijo “Vamos, acompañame a tomar algo a
otro lado, aquí ya no hay ambiente.”
Así fue como llegué al Gluepot. Desde aquel día me convertí en uno
más de ese club sin acta de fundación o reglamento. Muchos de los “gluepotters” (gluepoteros)
eran socios del Belgrano Athletic y del San Andrés Golf Club, donde mi padre
jugaba todos los fines de semana, por lo tanto me conocían o al menos sabían
quien era yo, hecho fundamental para ser admitido en esa cofradía que practicaba los juegos de salón con
estricta caballerosidad y eran amigos de una buena copa y mejores copetines.
En sus comienzos, este extraño club, surge como el proyecto de un
grupo de integrantes de la comunidad británica quienes conversaron con el propietario y lo
convencieron de que restringiera la asistencia de desconocidos, y
que no se preocupara por las limitaciones
que esto le impondría a su derecho al libre comercio, pues si él implementaba
un estricto derecho de admisión, ellos garantizarían sus ganancias.
Unos meses después, a alguien se le ocurrió rebautizar el local, no
sé cómo surgió el nombre The Gluepot (el tarro de cola) entre las distintas
denominaciones que fueron propuestas, que seguramente las hubo pues ese grupo
tenía gran imaginación y humor. La leyenda sostiene que las esposas de algunos
habitués lo llamaban de esta manera pues sus maridos se quedaban pegados allí
hasta tarde. Luego alguien aportó un viejo tarro de cola de carpintero al que
le hicieron varias perforaciones y le colocaron en el interior un portalámparas
y una bombilla eléctrica. Este artefacto fue colgado en la parte superior de la
fachada.
Al caer las primeras sombras, se lo encendía y, permanecía así,
hasta que el último cliente se retiraba. La luz del emblema del Glue pot podía
ser vista desde los andenes de la estación, y desde las esquinas de Zapiola
con Echeverría y con Sucre. Esta era la señal, no importaba la
hora de la madrugada, el bar estaba abierto y allí se podría rematar la noche
con un generoso night cap.
Los grandes pucheros se hacían en invierno y cuando llegaba el buen
tiempo era el turno de los asados. Los que se anotaban para las cenas que se
servían puntualmente a las 10 de la noche en fechas determinadas, llegaban
siempre una o dos horas antes y,
participaban en las partidas de generala
o Liar Dice, en la gran mesa redonda. El Liar Dice es una variedad del Dudo, los participantes
mantienen ocultos los dados y los
contrincantes deben confirmar o rebatir
los resultados cantados, apuesta mediante, en el caso del Gluepot, sólo
porotos. Los perdedores podían optar por pagar la cena o las bebidas, la
mayoría se inclinaba por lo primero.
En una ocasión se estaba disputando una partida de generala muy
hablada y divertida cuando entró un oficial de policía que se dirigió al
mostrador para hablar con el propietario don Antonio y al pasar por la mesa dijo con voz alta y
clara: “Espero que no estén jugando por plata”. Recibió una respuesta inmediata
del general de Vedia y Mitre quien con cierto fastidio y
enérgicamente respondió al lance: “Agente, donde se reúnen caballeros no existe
lo que Ud. imagina juego clandestino y
mucho menos hallará ciudadanos en estado de ebriedad.” El oficial al
reconocerlo, lo saludo atentamente y se retiró rápidamente, con el paquete de
especiales de crudo y queso en francés crocante que don Antonio le había puesto
bajo el brazo. El general de Vedia y Mitre quien allá por noviembre del 56, si
no me equivoco, había complotado con otros
generales contra el ministro de guerra de Aramburu, Ossorio Arana,
siempre nos mantenía informados de la situación política en los altos mandos
militares.
Algunas noches nos reuníamos en el Gluepot y después cenábamos en un restaurante y
parrilla cerca de Echeverría y Ciudad de la Paz, propiedad del señor López, al
que nosotros llamábamos ‘las ranas’ pues allí se servían las ranas mejor
preparadas que comí en mi vida.
Otras veces nos dirigíamos a un restaurante alemán el Dietze en
Obligado y Echeverría, que tenía una glorieta en los fondos y contaba con una
buena orquesta. Si Dermey Cavanagh era de la partida los mozos lo trataban con
una cortés distancia y desconfianza. Pues, durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial,
él concurría con sus hermanos al Dietze, el punto de reunión de la comunidad
alemana en Belgrano. Ellos allí siempre acostumbraban brindar en alta voz y en
inglés por la salud de su hermano George quien se hallaba combatiendo con las
fuerzas Británicas en el frente europeo.
Inmediatamente la orquesta contestaba el brindis tocando Deutschland
Über Alles, el himno alemán. Ellos respondían cantando God Save the King o La Marsellesa, de acuerdo
a su estado de ánimo. Estos enfrentamientos musicales a voz en cuello
generalmente terminaban en escenas de
pugilato y con la presencia policial.
Entre los que concurrían Al Glue pot recuerdo, entre otros, y en
distintas épocas a: los Murchison, Leng, Roberts, Harry W. Smith, Jimmy Feeney, Lesley
Smart, Pitín Ponce, Carlos Nahratil,
Donald Forrester, Paddy Walsh, James Smart, Charlie Smart, Elowson, Colin
McLeod, Paddy y Dermot Cavanagh, Jimmy Quaine, Norman Moore, el Negro
Álvarez, el Vasco Moster y Cirilo Hughes.
El Glue Pot, durante muchos años el punto de reunión hombres de
distinta nacionalidad, de clases y posiciones sociales diversas, corresponsales
extranjeros, empresarios, profesionales, comerciantes y empleados, tenía además
de un cierto aire cosmopolita, un atractivo muy especial, te garantizaba mientras bebías una copa,
compartir una buena conversación en un ambiente donde todos eran pares. Tenía
la magia de una gran hermandad.
Estimado Patricio Hickey, con gran placer leí esta nota que me remonto a grandes recuerdos de mi infancia, le cuento que mi padre Eduardo Arias y mi tío Eduardo Lafon fueron los propietarios The Glue Pot, por muchos años luego de comprarlo a su antiguo propietario Sr Francisco, con ellos siguió trabajando Tito Flowers (como lo apodaban). Mi padre falleció recientemente el 3/9/1913, y tengo mil y una anécdotas por el contadas, algunas me parecen increibles.
ResponderEliminarLe cuento que aun conservo el viejo colero de cola y algunas fotos de esa epoca .
le agradezco mucho su nota, ha sido disparador de muchos recuerdos en ese bar, un abrazo grande
Alejandroearias@gmail.com
Amigo Patricio....soy el yerno de Eduardo Lafon...casado con la hija Ana María...recuerdo el Glue Pot y lo que cuenta Alejandro a quien , menos de lo deseable , veo...igual que al resto de los primos. Fué Arias quien me dijo...llevate ese fierro viejo...un fusil Mauser de Polvora Negra mod 1871...y también un reloj de péndulo que tengo funcionando en mi casa....también un macetero de hierro remachado que conservo. Ana Marías se va a alegrar de esto....Gracias por el Recuerdo....
ResponderEliminarTambién allí conocí a Alejandro Brodie Reid...un personaje querible con estancia en el Lago Huechulafquen...compre allí lotes que actualmente tienen mis hijos...Tuvimos relación hasta que falleció....la continué con Jorge Gomez Nardo, su sobrino , que se hizo cargo de administrar el loteo en la cabecera del Lago....Hermosos tiempos...
ResponderEliminarNo salió mi nombre....Eduardo Emilio Espósito-..............Armelí es mi denominación comercial.
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